jueves, 23 de septiembre de 2010

Reflexiones post-Bicentenario (I): Sobre el respeto de nuestros contemporaneos hacia las culturas indigenas antiguas.

Han pasado las celebraciones del Bicentenario de la Independencia. Hubo un desfile como todos los años. Muchos invitados extranjeros. La gente comió, bebió y disfruto del puente. Algunos se fueron a echar desmadre lejos de la ciudad. En fin, algunos se la pasaron a toda madre, supongo que la mayoría.
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Luego de los desmadres de chupar, rascarse los tanates, comer fritangas y tronar cohetes, pues viene el regreso de golpe a la rutina de todos los días. A algunos de pronto se les olvida los ánimos patrioteros que agarraron estando pedos y vuelven a convertirse en unos valemadristas que poco o nada saben de la historia del territorio que arbitrariamente fue delimitado y llamado México, y en el cual les toco nacer.
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Y pos me puse a pensar (aprovechando que estos puentes son el único momento de la vida de un estudiante de ingeniería que se tienen para pensar en algo que no sea la carrera) sobre todas las cosas de las que según los comerciales del Bicentenario debemos de estar orgullosos, quesque de nuestros paisajes, que nuestra gastronomía, que nuestra gente, que nuestra herencia indígena, y cuando llegue a ese punto me pregunte, ¿Cuántos mexicanos les interesa realmente conocer sobre los pueblos indígenas que habitan, o habitaron alguna vez el territorio que actualmente llamamos “nuestro país”?
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Estas preguntan me azotaron el fin de semana pasado, cuando acompañaba a mi familia a una Visita al Museo Nacional de Antropología e Historia. ¿Saben que es lo que me llamó más la atención? La gente que visitaba el museo ¿Y porque, si se supone que odio al género humano debido a mi condición demoniaca? Pues me di cuenta de algo muy interesante.
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Había dos clases de visitantes, los primeros eran los turistas que vienen de otros países, alemanes, japoneses, coreanos, norteamericanos y muy pocos visitantes nacionales, quienes se quedaban sorprendidos por las piezas de las exposiciones sobre las culturas precolombinas. Parecían niños en tiendas de comics, y eso estaba chido, porque se les notaba a esas personas que tenían un interés de verdad en saber más sobre pueblos antiguos. Chingón por esos cuates, principalmente los japoneses, siempre respetuosos y ordenados (un par de cosas deberíamos aprender de ellos, no creen).
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La segunda clase de visitantes fue la que me hizo perder el buen talante que suelo tener cuando voy a un museo o cualquier lugar que requiera que el público tenga más de tres neuronas funcionales para disfrutarlo (como las ferias del libro, exposiciones de comics y arte, conciertos, y demás). Era una fauna por demás exótica: estudiantes de secundaria imberbes que nomás se ponían a transcribir lo primero que encontraban (y a lo pendejo, para variar), viejas argüenderas que solo se la pasan tomando fotografías a lo pendejo, no ven ni madres y que llevan a sus mocosos castrosos que nomás se la pasan gritando y echando desmadre. Gente que, faltándole respeto a la exposición, nomás platican sus típicas pendejadas sacadas del TVyNovelas. Y claro, como olvidar a los guardias de seguridad que en lugar de hacer su trabajo y sacar a toda la pelusa barriobajera del museo, que es lo que deberían hacer, se la pasan fregando a los que van con el cabello largo, o con tatuaje, o con algún adorno que no es común de ver (yo creo que ya esa clase de prejuicios son ya pendejadas sin ton ni son que debimos haber superado desde hace años).
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Son esa clase de personas las que me hacen pensar que este país no va a ningún lado que no sea un barranco con muchas piedras y picos estilo Mortal Combat. Son esas personas las que precisamente deberían aprender sobre los pueblos que nos precedieron, para que no cometamos las mismas pendejadas. Esos pueblos que no fueron perfectos, pero que parte (una muy pequeña) de sus sangre corre por nuestras venas.
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¿Saben en donde están los mayores estudiosos de culturas como la maya, que está muy de moda por esas jaladas de profecías que ni son de ellos ni son antiguas? Adivinaron, están en los Estados Unidos y en Europa, principalmente en Alemania. ¿Y qué es lo que hacen los mexicanos con sus recursos históricos? Pues nomás los usan como medio turístico para sacar unos billetes (de los verdes) sin importarles el daño que les causan a esas obras. Tal es el caso de las Piramides de Teotihuacán, que cada equinoccio de primavera se llena de pendejos que creen en las “energías cósmicas de nosequemadres” y estúpidos con aires de wicca que se trepan a las pirámides de a miles para según cargarse de energías cósmicas como si se tratasen de paneles solares, sin saber que esos monumentos tienen apenas un aguante de 400 personas por día, para que se puedan conservar lo mejor posible. Pero no, a huevo se tienen que trepar 5000 mandriles al mismo tiempo para según elevar su Ki. Y el resto del año, no ves ni un alma en Teotihuacán.
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La piramide de la luna, donde los magufos energéticos se comienzan a juntar para aumentar su Chacra, Ki, Reiatsu, o cualquier estúpido termino otaku que prefieras

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¿Y que me dicen de las cabezas olmecas de Tabasco? Las pobres cabezas todos los años tienen que soportar vandalismo, y los recursos que se destinan a su restauración cada vez alcanza menos, porque quienes administran ese dinero mejor lo usan para comprarse Hummers o invertir en fraccionamientos pedorros.
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Cabeza de piedra atascada de excremento de ave, sustancia por demás nociva para objetos enormes de piedra antigua


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Y aún cuando se vean bien conservadas y todo, las pirámides y templos en Chichen Itzá, en Yucatán reciben una cantidad poco recomendable de turistas. Al menos en Chichen Itzá, desde que se nombró “Maravilla del Mundo” ha recibido más turistas extranjeros que son más conscientes y educados con este patrimonio cultural, y por lo mismo, se les invierte más varo a esta zona arqueológica.
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El Castillo, Una de las pocas (poquisimas) muestras de arquitectura maya que no se encuentra infestada de hierbas silvestres ni gente silvestre.

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Esto es vergonzoso. ¿Por qué si se supone que como mexicanos nos sentimos bien orgullosos de que descendemos de estos pueblos ancestrales, porque no respetamos el legado que nos dejaron? ¿De qué sirve entonces la poca o mucha herencia indígena que podamos tener? Pues al parecer para que los pocofinos, nacos, gente silvestre o como quiera llamarlos se pongan penacho de indio cada que la Selección Mexicana gana un partido con la selección de un país en donde las canchas de futbol son de tierra.
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Y qué decir del trato que la clase media y alta les da a los descendientes directos de esos pueblos, o a aquellas personas que tienen más marcada su herencia indígena. Ahí si el dizque respeto y admiración que sentían a esos pueblos valen madre y se dedican a mofarse de esas personas, sintiéndose bien europeos.
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No cabrones, hay que ser congruentes con lo que dicen y haces. Tampoco se trata de que subamos a esos pueblos que murieron hace mucho tiempo en pedestales como estamos acostumbrados a hacer, sino que sepamos cuidar todas aquellas tradiciones y objetos que han logrado sobrevivir al correr de los siglos y lograron llegar hasta nosotros. Se trata de aprender una cosa bien sencillita sencillita llamada RESPETO. Chingao, esas culturas son de lo poco de notable que podemos tener, y ni siquiera nos podemos de acuerdo en conjunto para que su herencia cultural no se pierda.
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Así es que ya lo saben, tengan más conciencia de la historia de su país y de los pueblos que la habitaron y la habitan, ya que solo así podemos aprender a ser una sociedad verdaderamente funcional.
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Sir David von Templo, Cambio y Fuera.

2 comentarios:

El Ciudadano X dijo...

Antes que nada, bienvenido a mexicoendescomposición, ahora en reciprocidad devuelvo la visita en cuentro un blog hermano que ahora mismo esta ya en el blogroll y asi mismo te sigo, felicidades por tomarte el tiempo de señalar, puntualizar, denunciar porque aunque las voces por separado pueden ser inaudibles, si las unimos podremos hacernos oir.
Un abrazo

Alexander Strauffon dijo...

De acuerdo. Deben preservarse, sin duda. Y bueno, de la gente silvestre, ni hablar.